El mostrador de la farmacia es, cada vez más, un epicentro de consultas que trascienden la dolencia física para adentrarse en el complejo universo del bienestar emocional. La sociedad actual, marcada por un ritmo de vida acelerado y una creciente conciencia sobre la importancia de la salud mental, busca respuestas accesibles y de confianza. En este escenario, el farmacéutico emerge como una figura indispensable, un agente de salud primario cuyo consejo puede ser el primer paso hacia la recuperación del equilibrio (1,2,3).